El autor sostiene que el Bicentenario de la Argentina es una oportunidad para volver a revalorizar la naturaleza como fuente de riqueza. Y considera que, bien cuidada y junto con el conocimiento aplicado, es la base para que el país vuelva a ocupar un lugar central en el mundo, como lo hizo en las primeras décadas luego de la Independencia.
En la tercera centuria de la Argentina, nuestra Naturaleza constituye una fuente de recursos inagotable si sabemos conjugar las fuerzas de la inteligencia, el trabajo y la tecnología para utilizarla en pos del desarrollo sustentable.
En los comienzos de los 1800, nuestros antepasados tuvieron la valentía de enfrentar a uno de los países más fuertes del mundo para obtener la libertad. Así, en los cien años subsiguientes alcanzamos los primeros lugares en el desarrollo mundial, sobre la base de nuestra pródiga naturaleza.
Referirnos a la centuria pasada, la que nosotros conocemos, sería reiterativo, ya que múltiples informes se han realizado sobre tan curioso descenso de una sociedad que fuera próspera. Caímos en el contexto mundial, perdiendo además la credibilidad, la seguridad jurídica y casi toda la institucionalidad. ¿No será porque le dimos la espalda a la naturaleza, pretendiendo copiar otras culturas, ignorando nuestra idiosincrasia y desestimando las ventajas competitivas que nos brinda?
Comenzamos esta tercera centuria casi sin nada, cuando lo tuvimos todo: con una deuda impagable, con el sector productivo descapitalizado, sin credibilidad en nosotros mismos ni por parte de terceros.
Tampoco tenemos un proyecto común, y nos es muy difícil lograr elementales acuerdos de convivencia. Nuestros administradores han perdido la vocación de servicio, sirviéndose muchas veces de la cosa común.
Quienes nos concibieron como país tampoco tenían bienes materiales, ni importantes capitales para invertir. Sólo pusieron en marcha un proceso con un horizonte claro, un fuerte compromiso personal y una institucionalidad generadora de confianza. En definitiva, pusieron al servicio de la Argentina su honestidad -tanto material como intelectual-, su voluntad, su trabajo y su perseverancia para hacer un país grande, logrando su cometido en menos de una centuria.
A pesar de nuestras desdichas, la Argentina aún cuenta con la "fuente de todas las riquezas": su tierra fértil, un clima benigno y agua suficiente. La naturaleza, por cierto castigada por erradas decisiones nuestras -políticas y/o económicas-, puede todavía aportar lo requerido para hacernos volver a los primeros lugares en el contexto mundial, como se demostrara hace un par de años. Sin embargo, somos nosotros, los argentinos, quienes debemos comprender cómo se mueven y articulan estas variables económicas, sociales y ambientales.
En primer término, consideremos que el único sector "productivo" -sin desmerecer a nadie- es aquel que, utilizando la combinación de energía solar, nutrientes del suelo, agua de lluvia y biodiversidad, crea materia "nueva" y abundante. De una semilla, a veces de tamaño insignificante, se logra una multiplicación por miles: por ejemplo, de 100 kg de semillas de trigo se obtienen más de 5 toneladas de cereal. No es una transformación de materias primas en otras elaboradas, sino que a diferencia de otras actividades, la naturaleza nos ayuda a obtener materias nuevas -antes inexistentes- a través del proceso biológico. Proceso que no es casual, aleatorio o efecto de la "suerte". Es consecuencia del conocimiento tecnológico aplicado a las fuerzas de la naturaleza, con inversión, trabajo y perseverancia.
En segundo término, no olvidemos que nos condicionan los tiempos biológicos. El trigo tarda seis meses en madurar, un ternero requiere nueve meses de gestación y por lo menos 18 meses adicionales de crecimiento, y plazos más extensos son necesarios para actividades frutícolas y/o forestales. No hay manera de reducir estos lapsos, por más que finanzas o administradores lo exijan.
En tercer término, la fertilidad extraída de la Naturaleza debe ser restituida. A través de períodos de descanso, con fertilizantes, con rotación de cultivos, con pastoreo de animales o con una combinación de ellas. Si no invertimos y le devolvemos al suelo lo que le hemos quitado, agotaremos un recurso que bien administrado es renovable "ilimitadamente". En realidad estaríamos "matando a la gallina de los huevos de oro".
En el Siglo XXI, deberíamos comprender que existen condicionamientos insalvables para obtener nuestra fuente de energía biológica: los alimentos. El agua, el sol y los lapsos naturales -no controlables por los hombres- se convierten en variables inamovibles, mandatarias sobre las decisiones económicas, políticas y sociales. No podemos hacer lo que queremos, sino lo que la Naturaleza nos permite.
Cada región tiene sus propias potencialidades, razón por la cual no se puede extraer de ellas más de lo que pueden dar. Si insistimos, ignorando las más elementales reglas de la naturaleza, estaremos viviendo del "capital" y no de los "intereses", en un camino sin retorno hacia la esterilidad del recurso suelo.
Para ello debemos abandonar prácticas políticas y económicas que se sirven de la naturaleza como recurso fiscal. Imponer excesivas cargas tributarias a la producción de bienes naturales implica, indirectamente, extraer más de lo que la tierra puede dar, impidiendo reponer la fertilidad. Los agentes económicos, obligados a reducir sus costos, deteriorarán el recurso, resignados, en un camino cierto hacia el agotamiento de la tierra.
En nuestro territorio aún quedan importantes recursos naturales para incorporarlos a la actividad productiva y contamos con la capacidad humana para ponerlos en marcha en forma sustentable. Es nuestro principal capital para comenzar la tercera centuria.
A diferencia de otros países, donde la naturaleza seguramente juega papeles secundarios, en la Argentina constituye nuestro recurso fundamental. Es la multiplicadora de todas las actividades de la economía, como se demostró en los últimos años.
Está en nuestras manos darle la importancia que se merece, permitiéndole asumir una actitud proactiva que potencie las energías del trabajo y el capital, con inteligencia y tecnología -sin descuidar la conservación sustentable del recurso- para que logremos, en esta nueva centuria, volver al lugar que abandonamos.
Fuente: www.clarin.com
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