Entre 1,5 y 3,5 billones de euros es el coste que cada año supone la pérdida de diversidad biológica. Con motivo de la celebración del año mundial de la biodiversidad, la ONU encargó un informe sobre el impacto económico de las extinciones y deforestaciones y los primeros resultados han sido concluyentes: se trata de una crisis económica anual, que no se detiene.
El estudio The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) está liderado por uno de los directores de Deutsche Bank, Pavan Sukhdev, y respaldado por el Ministerio de Medio Ambiente alemán y la Comisión Europea. Ofrecerá sus conclusiones finales en la cumbre de la biodiversidad que se celebrará en octubre en Japón, pero ya anticipó algunos datos en un primer informe que se dio a conocer este año.
Esos millones de millones de euros se reparten en varios capítulos. Está el valor de los propios terrenos naturales perdidos: entre 2000 y 2010, según sus cálculos, un 10% de la superficie natural, transformada en áreas agrícolas, la urbanización o el cambio climático.
Por otra parte, los desequilibrios que producen la pérdida de suelo fértil o de fauna se plasman luego en encarecimiento de los alimentos, menor protección ante los desastres naturales o caída del turismo. "En España, apenas nos damos cuenta de que muchos de nuestros visitantes llegan atraídos porque aún mantenemos un patrimonio natural que ha desaparecido en otras partes de Europa, y que es un generador de riqueza", explica Luis Suárez, responsable del Programa de Especies de WWF/Adena.
El fracaso de un Objetivo del Milenio
La Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible de Johannesburgo, en 2002, se propuso para 2010 detener el ritmo de extinciones y deforestación, con el fin de mantener en la medida de lo posible la diversidad biológica. En el capítulo de bosques se han conseguido algunos logros: el gobernador del Estado de Amazonas, Eduardo Braga, señalaba en la reciente cumbre de Copenhague que en este periodo se ha pasado de perder 1.500 kilómetros cuadrados de selva amazónica al año a 400. Pero, en el caso de la biodiversidad, lejos de cumplirse el objetivo planteado, se mantiene un ritmo de pérdida de especies superior a las 20.000 anuales, en lo que se considera la sexta gran extinción de la historia de la Tierra. La anterior fue la que vio el fin de los dinosaurios.
En el caso español, los dos grandes frentes de pérdida de biodiversidad están plenamente abiertos. Por un lado, la presión urbanística fue incesante durante años, para dar paso ahora a la construcción de infraestructuras que los ecologistas consideran, en muchos casos, redundantes: "En un país con la segunda tasa de kilómetros de autovía por habitante seguimos proyectando infraestructuras, que en muchas ocasiones duplican las ya existentes", señala Luis Suárez.
La principal víctima ha sido el bosque bajo mediterráneo. El Parque Nacional de Cabañeros se ha convertido prácticamente en el último refugio extenso de la vegetación autóctona del sudeste español, poblado de jaras y matorral bajo único en el mundo.
Las víctimas más conocidas de la pérdida de ese entorno han sido los linces, depredadores de pequeño tamaño que utilizaban ese tipo de vegetación como cobertura para sus cacerías. Sumando la caza y el envenenamiento por pesticidas, la población cayó a cerca de un centenar de individuos.
Sin embargo, el lince se convirtió en una de las cinco especies autóctonas para las que la Administración creó una estrategia de protección específica, junto al oso pardo, el águila imperial, el quebrantahuesos y el urogallo. En distintas acciones en colaboración con las Comunidades Autónomas -a las que están transferidas las competencias en materia medioambiental-, las poblaciones de estas cinco especies han crecido de manera lenta pero continuada, en algunos casos gracias a programas concretos con gran seguimiento mediático y por parte de la opinión pública como el Ex Situ de la Junta de Andalucía para el lince.
Aspirantes a una estrategia propia
El catálogo de especies en peligro de extinción en España es de 166 variedades, y desde WWF/Adena se llama la atención sobre el peligro que acecha a otras mucho menos mediáticas. Luis Suárez destaca, por ejemplo, el caso del desmán de los Pirineos, un roedor acuático del que no existen cómputos pero que podría tener apenas un centenar de ejemplares con vida. En varias ocasiones se ha rumoreado que la Administración podría sumar nuevas especies al listado de las que merecen una estrategia de protección propia, caso de la foca monje, la cigüeña negra, el lagarto gigante canario -que ya prácticamente desapareció de uno de sus hábitats, la isla de Hierro- y algunos tipos de cabra montesa hispánica.
Para Luis Suárez, sin embargo, es necesaria la vigilancia también sobre empresas con un fuerte impacto comercial: "La situación del atún rojo en el Mediterráneo, como es bien sabido, es dramática, pero empezamos a tener indicios de que el número de salmones está decreciendo de forma alarmante en los ríos cantábricos debido a los excesos en la pesca".
También es singular la situación del conejo: obviamente, la extinción no es un riesgo, pero la población en España ha podido caer un 80% en las últimas dos décadas, a causa de la caza, la mixomatosis y la desaparición de su entorno. El conejo es la base de los ecosistemas mediterráneos, la presa favorita de rapaces y carnívoros, y su escasez supone hambruna para la mayor parte de las especies en peligro de extinción directo.
Fuente: www.cincodias.com
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