Según un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza, el país se encuentra en el noveno lugar dentro de los diez países con mayor riqueza y diversidad natural. Sin embargo, son muchos los animales y plantas que están a punto de desaparecer.
La República Argentina es uno de los países con mayor diversidad biológica de Sudamérica. Aun más, según un informe presentado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, la Argentina se encuentra en el noveno lugar dentro de los diez países con mayor riqueza y diversidad natural. En sus 18 ecoregiones, un nuevo concepto del antiguo bioma, desde la puna norteña hasta el litoral atlántico de Tierra del Fuego, podemos encontrar 1000 especies de aves, unas 300 variedades de mamíferos, 650 de peces, 145 de anfibios, 260 de reptiles, 10 mil especies de plantas y aproximadamente 100 mil especies de invertebrados.
No todas son buenas noticias, hay 529 especies de animales vertebrados –como nosotros, con huesos y sangre– en peligro de extinción y hay listados incompletos pero se consideran unas 280 especies de plantas amenazadas. De hecho tres especies que vivían sólo en nuestro país comprobadamente han desaparecido de la faz de la tierra por la mano del hombre: el guacamayo azul, el chorlo esquimal y el Zorro Lobo de las Islas Malvinas. No obstante los especialistas determinan que podría haber una docena que han desaparecido sólo de nuestro territorio, sin llegar a extinguirse totalmente. Todo esto obliga a no hablar más del panda o el rinoceronte de java y empezar a mirarnos hacia adentro, en los raleados bosques de Chaco y Misiones o en las saqueadas costas de nuestro litoral atlántico.
Los problemas centrales que hoy enfrenta la naturaleza argentina pueden resumirse en cuatro ejes interconectados y en orden de importancia: El primero de ellos es la transformación ambiental, a consecuencia de las explotaciones agropecuaria, forestal, minera y petrolera, la contaminación y las obras de gran impacto. Y es que cuando se destruye un ambiente todo lo que pueda hacerse para salvar a una especie silvestre resulta inútil o muy poco practico. De nada sirve salvar a un animal para confinarlo en un zoo o una estación de recría si luego no hay lugar donde reintroducirlo. En este punto, debemos aclarar que de ninguna manera estamos en contra del desarrollo y del progreso, pero durante demasiado tiempo la Argentina se explotó con una visión especulativa y el concepto “planificación territorial” todavía es una deuda pendiente. En segunda instancia, la introducción de especies exóticas como el ciervo colorado, el castor, los estorninos o las truchas, que compiten en alimento y hábitat con la fauna local, son un grave problema. Como simple ejemplo la provincia de Tierra del Fuego ha sufrido los castores introducidos que destruyen ríos, conejos que transmiten enfermedades y zorros grises traídos del continente que –con la suposición que iban a alimentarse de los conejos– tuvieron la mala idea de comer cualquier otra cosa, sumándose al problema. El ejemplo de Tierra del Fuego, demuestra que el hombre aún no tiene el manual de despiece perfecto de la naturaleza.
La caza, no la “de subsistencia”, necesaria culturalmente y complementaria a la cuota de alimento de muchas poblaciones rurales , sobre todo en el norte argentino, sino a la que se dedica a capturar especies prohibidas o amenazadas bajo la supuesta denominación de “deportiva”, generalmente impulsada por grupos locales para cazadores extranjeros. Esa que, como el tráfico ilícito de vida silvestre, mueven millones de dólares al año, es el tercero de los graves problemas que tienen especies como el yaguareté, las vicuñas el tapir o los cauquenes del sur de la provincia de Buenos Aires. El tráfico de vida silvestre junto con el de drogas y armas se cuenta entre los emprendimientos ilícitos más rentables del mundo, muchas veces los actores involucrados están implicados en todos estos “rubros” tan positivos para toda la humanidad. Algunas víctimas locales de ese comercio son los tucanes, los monos, el cardenal amarillo o la tortuga terrestre común. Pero probablemente el mayor problema sea la ignorancia, la falta de interés o el poco sentido de pertenencia que tiene la mayor parte de la población argentina acerca de la pérdida de la biodiversidad, problema que magnifica los anteriores. ¿Cómo preocuparse por la situación que atraviesan si ni siquiera reconocemos nombres como aguara guazú, curiyú, moitù, ocelote, tatú carreta o guazú pucu? Si ni siquiera se sabe qué son. Se necesita un fuerte trabajo de educación en todos los niveles de enseñanza y desde la televisión pública, que debe difundir la existencia y situación de estas especies, dejando de lado los problemas económicos que implica filmarlas en el terreno. En los porteños urbanos el desconocimiento parecería lógico, si no se tratara de un patrimonio nacional que pertenece a todos y en la población rural, muchas veces la cotidianeidad, la frecuencia de la observación de esa fauna en el pasado y actualmente en la memoria colectiva ocasiona que no se la considere importante, ni significativa. Esa misma cotidianeidad –ya sea física o imaginaria– muchas veces impide confirmar que el animal está despareciendo inexorablemente. Es muy común escuchar decir “aquí hay mucho bicho” a los pobladores locales cuando los estudios científicos determinan reducciones importantes de la población o incluso desaparición de las especies en las provincias. La raíz del conflicto para la fauna es que no se pueden tomar acciones para solucionar un problema del que no hay consciencia.
El lector debe pensar que con los problemas sociales, económicos y políticos que debe enfrentar la Argentina ocuparse de los animalitos puede parecer una cuestión superflua, casi obscenamente trivial. ¿Por qué se debería intentar salvar una especie? ¿En qué afecta que deje de existir el oso hormiguero chaqueño o el águila harpía en Misiones? Tal vez, en apariencia en nada. Pero en el fondo seremos más pobres. Podría hacer la misma pregunta si dejamos de escuchar música, de leer una buena novela o de mirar un cuadro. La gente podría satisfacer sus necesidades básicas sin estas cosas, pero sin duda seríamos más pobres espiritualmente. En principio hay un motivo ético. No tenemos por qué privar a las generaciones futuras, ya no nuestros nietos lejanos en apariencia, sino ahora a nuestros hijos de la presencia de un animal que nos puede dar placer estético, espiritual, científico, turístico y generar mayor riqueza al paisaje. Le aseguro al lector que no es lo mismo internarse en la selva misionera con la curiosidad y excitación de suponer que vamos a ver a un yaguareté, –aunque esto nunca ocurre– que meternos en un bosque de pinos cultivados, “los bosques del silencio” los llaman en Brasil, porque allí no hay pájaros.
La sensación es infinitamente más pobre y triste al saber que hay algo que ya no disfrutaremos desde ningún aspecto. Una visión antropocéntrica extrema –aun siendo nosotros animales– es suponer que no necesitamos de la naturaleza y que sobreviviremos a nuevas transformaciones culturales. Puede ser un concepto equivocado y tal vez fatal.
Es cierto que siempre han desaparecido especies en forma natural, como el ejemplo tradicional de los dinosaurios, pero una cosa es la evolución de la vida, donde determinados organismos no se adaptan a los cambios del ambiente y se extinguen y otra es el exterminio que ocasionamos nosotros. En algunos casos extremos el hombre es el meteorito que desde el siglo XVIII estalló contra la tierra ocasionando la extinción de los dinosaurios, sólo que ahora mucho más lenta y en forma desapercibida. El motivo ecológico de conservación de una especie es irrefutable. Los procesos ecológicos esenciales son todavía desconocidos en ambientes como las selvas de las yungas en el noroeste, el chaco argentino o la misma selva misionera, por mencionar los sitios de nuestros país con mayor biodiversidad y –a la vez– más transformados. Una especie puede ser dispersor de semillas, (tapir, aves), consumidor de otros animales más perjudiciales (anfibios, reptiles) o simplemente indicador de la salud ambiental de los ecosistemas como es el caso de los grandes predadores yaguareté, aguara guazú, águila harpía, por mencionar algunos superpredadores seriamente amenazados. Su desaparición trae consecuencias imposibles de predecir y de medir. Aquel cuento de Ray Bradbury, titulado “El ruido de un trueno” lo narra muy bien. En él, unos cazadores viajan en el tiempo hasta llegar a la prehistoria y sin darse cuenta matan una mariposa prehistórica; debido a ello, cuando vuelven al presente se dan cuenta que el mundo en que se encuentran es totalmente diferente al que conocían en un principio. Eso sucede cotidianamente ante los cambios ambientales, aunque no podamos percibirlo.
Los motivos económicos tal vez sean los más escuchados, ya que todavía prima el utilitarismo en la sociedad de consumo global. Hay especies que nos brindan alimento alternativo y bienes como cueros y posibles productos medicinales. Roedores como la paca, el carpincho, y reptiles como el yacaré y la curiyú nos dan su carne y cuero.Camélidos como las vicuñas y el guanaco tradicionalmente son esquilados para brindarnos su fino vellón de lana. Desde hace más o menos 15 años hay muy buenos intentos en el país de aprovechamiento de la naturaleza silvestre desarrollados por científicos y por institutos de producción como el INTA, la UBA o el CONICET pero aún se encuentran en escala experimental y están sustentados por emprendimientos desesperadamente individuales de científicos, ambientalistas y organizaciones no gubernamentales. Hay que empezar a tener prácticas serias de uso sustentable de los recursos naturales. Requieren de una mirada científica, oficial y sostenida en el tiempo, que marque la diferencia en la producción nacional, brinden beneficios concretos a las comunidades locales y no sean un negocio de unos pocos o expresiones de buenos deseos. Este es el momento político ideal para que esto suceda, ya que está la sensibilidad social y el sentido de nacionalismo adecuado del Estado Nacional.
En cuanto a su política de conservación, en la Argentina existen unas 380 áreas protegidas de diferentes categorías que cubren aproximadamente el 8% del territorio nacional y debe sumarse territorio, ya que aún hay eco-regiones que están subrepresentadas en el Sistema Nacional de Áreas protegidas, como el caso del Litoral Atlántico o el Chaco húmedo.
Seguramente en los próximos años la creación del Parque Nacional La Fidelidad en Chaco y Formosa, y la implementación efectiva de la ley de bosques, cubrirán parte de esta necesidad y brinde refugio a muchas especies amenazadas. La conservación de los ambientes, en un juego de prismas entre el rol de los privados y el espacio público, es la alternativa más efectiva para la conservación de las especies amenazadas de extinción.
Falta mucho por hacer para evitar la extinción de las especies, lo más importante es involucrarse, conocer a nuestra fauna y revalorizar la importancia económica, ecológica, cultural, paisajística, turística y difundir un sentido ético hacia la preservación de toda nuestra naturaleza. Resuenan todavía como una condena la frase profética de Charles Darwin que al ver como se daba caza sin tregua al Zorro Lobo de las Malvinas, expresó una frase que bien podría decirse de muchas de nuestras especies amenazadas: “Antes de que el papel, donde estoy describiendo a esta especie se apolille en el cajón de mi escritorio, la misma, habrá desaparecido de la faz de la Tierra”. Ojalá no se cumpla ninguna otra profecía que hoy pesa sobre el yaguareté, el tatú carreta, la rana del challhuaco o el venado de las pampas, entre otros. De nosotros depende.
Fuente: Por Carlos Fernández Balboa para Tiempo Argentino
(Artículo dedicado a la memoria de Juan Carlos Chebez)
Comentarios
#1 Jorge Omar dijo: 09.01.2012 - 10:25hs Brillante.!!!...una sintesis brillante y de profunda lucidez de uno de los grandes expertos naturalistas que aun por fortuna le quedan al pais.
Muchas gracias, Carlos
Jorge Omar
#2 Sebastián Fusco dijo: 09.01.2012 - 13:19hs Excelente artículo. Bien escrito, contemplando todos los aspectos y algo muy importante, informativo. Es super importante la difusión de estos problemas en medios más allá de los habituales, creo que suma mucho todo aporte que se pueda hacer. Espero tener el agrado de conocer a Carlos en algún momento. Así como dije que me sentía un poco más solo cuando se había ido Juan Carlos, ahora al leer esto me siento un poco menos solo. Gracias Carlos, saludos, Seba.
#3 Edis Susana Possetto dijo: 10.01.2012 - 21:13hs Salvemos nuestras especies!!!!!!!!!!!!!!!también!!!!!No por salvar una especie descuidemos salvar a las nuestras!!!!!E-QUI-LI-BRIO!!!!
#4 ANALIA dijo: 07.02.2012 - 19:35hs Gracias por ser tan claro, por explicar y expresar tan claramente el tema del articulo (que ya desde el título es un sacudón...pobre el panda, pero màs pobrecitos son nuestros animales). Y sí, es algo cultural nuestro (no hablo de otros paises sino del nuestro), como bien dijiste "la ignorancia, la falta de interés o el poco sentido de pertenencia...", hay mucho por trabajar para dar vuelta todo esto. Gracias
#5 Clara Riveros Sosa dijo: 03.03.2012 - 23:47hs En todo de acuerdo con el artículo, tan bien escrito y tan didáctico como todas las notas y libros del autor. Cabe aclarar cómo se desvirtúa en mi provincia del Chaco el propósito expresado con la consolidación de La Fidelidad (a la que ya le restaron una parte) al entregar en arriendo una gran extensión de tierras vecinas, ubicadas al noroeste de esa área, en el Interfluvio, a la explotación irrestricta por parte de la empresa arabe saudí Al Korayef, bien que ahora encubierta bajo otras figuras. Allí ya se está desmontando. Esto, más la anunciada nueva expansión de la frontera agropecuaria a costa de los montes, prooveerán de carbón a la muy demandante planta de arrabio de la empresa brasileña Vetorial que se instalará en Puerto Vilelas, en medio de los Humedales Chaco, Sitio Ramsar. Contra este proyecto organizaciones sociales y ambientalistas venimos luchando desde el 2007, cuando tuvimos noticia de él, pero ha seguido firme a través de los cambios de color político en el gobierno provincial. Vetorial ha sido fuertemente sancionada en su país por depredar la selva y expulsada de Bolivia por razones semejantes.
Como dice un amigo: Nos van a talar hasta el arbolito de la vereda de casa.